El huerto que se encontraba detrás de mi hogar siempre me había parecido tranquilo. Era el lugar idóneo para pasar una tarde de verano, disfrutando del paisaje y el tiempo.
En ese instante me encontraba allí, escuchando el murmullo de los pájaros y el viento, cuando de pronto oí una voz a lo lejos. Se trataba de un individuo llamado Calisto, que venía a perturbar la paz acogedora que me envolvía.
Su presencia me parecía incómoda y amarga desde el primer momento, sin embargo, disimulé para terminar de saber sus intenciones. Aunque bien sabe Dios que me arrepentí unos momentos más tarde. Se me asemejaba a un hombre necio, riguroso.
Comenzó a relatarme mil y un sentimientos, que supuestamente llevaba consigo dentro. De su boca salieron frases realmente preciosas, en cuyas circunstancias normales habría conseguido que cualquier mujer cayera ante sus pies. Pero desgraciadamente para él, ya había dejado atrás mi época ingenua e inocente, y por supuesto no iba a creerme las arduas mentiras de un joven. Debía mantener la entereza con la que se me había educado desde mi nacimiento, y por supuesto, no podía deshonrar a mi familia. Debía ser la mujer que se esperaba de mí, y no dejar corromperme por un hombre.
Ese era mi deseo, y se lo transmití de la mejor forma que pude, acompañado de un ''¡Vete!, ¡vete de aquí, torpe!''. Él no tardó en obedecerme, sin antes dedicarme una mirada triste y melancólica. Abandonó la escena cabizbajo minutos después.
Andrea De La Fuente Igual.
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