Esa misma noche esperé a mi amado Calisto en el mismo huerto en el que le vi por primera vez. Iba acompañada de Lucrecia, mi criada. Calisto llegó un poco más tarde de lo previsto, lo que me hizo pensar en todo lo malo que le podría pasar, pero tarde o temprano, comenzamos a escuchar voces al otro lado de la cruel puerta que la noche anterior había separado nuestras almas.
Mi amado subió una escalera y saltó la puerta, lo cual me asustó ya que pensaba que se haría daño al bajar.
Y ahí fue cuando le vi de nuevo. Se dirigió hacia mí diciéndome bellas palabras en el acto y me abrazó.
Calisto me dijo cuánto me amaba y que él deseaba el gozo de ambos, yo no estaba muy segura en ese momento, pero cedí a su pasión y a la mía alejando a Lucrecia de nosotros para que ella no fuese testigo de mi error.
Después de haberle demostrado cuánto lo amaba, comencé a sentirme culpable de mi adulterio. ¡Había perdido mi corona de virgen por tan breve deleite! ¿Qué pensaría mi venerable madre? ¿Y mi honrado padre? Había destruido su casa y dañado su fama. Ahora era una traidora para toda mi familia tras haber dejado entrar a Calisto. Ojalá y Dios me perdone algún día.
Ya soy de Calisto, mi amado; le cité el día siguiente en mi puerta para verle, y por la noche para que venga en secreto.
Tras decirle que fuese con Dios, se marchó con la oscura noche ya que nadie le veía.
Leyre Hernández Luzón.
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